Ahora que estamos inmersos en la parte más difícil e ingrata de la temporada, el proceso de selección de jugadores, nos gustaría publicar este artículo que hemos encontrado, navegando por internet, y que nos debería hacer reflexionar a todos.
"Ningún deporte vale jamás la infelicidad de un niño o de una niña"
Hace muy pocos días encontré, navegando por internet, un titular como éste “Niña de cinco años llorando porque su padre la obligó a participar en una competición de kickboxing “, una noticia tan sorprendente como difícil de entender y, sin embargo, no tan poco habitual como pudiera parecer a primera vista.
Porque lo grave de este titular es que es perfectamente extrapolable a cualquier otro deporte, incluido naturalmente el fútbol. “El deporte no debería usarse para elevar el ego de un padre a costa de las lágrimas de un niño”, me decía hace poco tiempo uno de los muchos padres con sentido común que podemos ver por nuestros campos de fútbol.
Y es que, tampoco hace demasiado tiempo, el papá de un niño de categoría prebenjamín de un conocido club de nuestra ciudad, me confesó que había decidido que su hijo no acudiera más veces a jugar al fútbol porque eso no le hacía feliz. Se había dado cuenta de que era él quién deseaba que jugase, pero no el niño. Me pregunto cuántos padres han hecho una reflexión como ésta y cuántos de ellos son conscientes de que sus niños podrían ser más felices practicando cualquier otro tipo de deporte, o incluso ninguno.
Es verdad que, a veces, creemos que nuestros niños son tan pequeños que hemos de ser los padres quiénes decidamos por ellos, y en cierta medida, es cierto, pero no hasta el punto de ponernos una venda en los ojos como para no ver que nuestros hijos, más veces de las que pensamos, no disfrutan haciendo lo que hacen.
No hace falta ser psicólogo para darnos cuenta el enorme impacto que pueda generar en niños tan pequeños la frustración de “sentirse” fuera de lugar en un grupo o de verse “obligados” a satisfacer los sueños imposibles de sus padres. Podemos no ser psicólogos, sí, pero, muchas veces las caritas de los niños hablan por sí solas.
Otra cosa es que los entrenadores no les saquen a jugar porque “haya que ganar partidos como sea”, bien por imperativo del club (que los hay), o bien por la escasa o nula sensibilidad de un “director de orquesta” que mejor haría en dedicarse a escribir ópera en arameo. Porque si hay algo que no se puede permitir, bajo ninguna circunstancia, son las lágrimas de un niño porque no le saquen a jugar, ya que ¿para qué se le admitió en el equipo?
Ver llorar a un niño por esta causa o por haber salido “humillado” como consecuencia de derrotas vergonzantes de las que únicamente son responsables quiénes consienten que ello pueda tener lugar (desde los mismos “entrenadores” hasta determinados clubes “deportivos” pasando por los mal llamados “responsables” federativos), es algo que todos deberíamos esforzarnos por desterrar para siempre de nuestros terrenos de juego.
Otra cosa son las lágrimas derramadas por la rabia de haber perdido un partido jugado en buena lid, o por el golpe recibido en una jugada desafortunada, porque el hecho de llorar no es en sí mismo negativo, aunque sí lo sean las causas que lo hayan podido provocar.
Seamos un poquito más conscientes de que ningún deporte vale jamás la infelicidad de un niño o de una niña pequeñitos y de que ninguna frustración de una persona mayor puede jamás cargarse sobre las espaldas de nuestros hijos.
Y de la misma manera que el “padre” de esa niñita obligada a “divertirse” practicando kickboxing debiera de ser atendido por los servicios sociales competentes, asumamos la responsabilidad de observar qué es lo que hace felices a nuestros niños cuando juegan a algo, igual que hizo ese padre ejemplar que se dio cuenta de que su hijo podría sonreír, realizando cualquier otra actividad o practicando otro deporte que no tenía por qué ser el fútbol.
Antonio Muñoz Roig
Licenciado en Derecho y director de redesygoles.com
Colaborador de Clan de Fútbol
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